Más allá de las reglas establecidas
Javier Cano Ramos
Detrás de cada mirada casi siempre existen otras percepciones que nos ocultan un trasfondo más certero. Las imágenes son en sí mismas meros pretextos que sacan a luz un acto de sinceridad por parte del artista. Muchas veces la ambigüedad, la ironía y el conflicto son estrategias para no perder las referencias que han guiado al arte desde tiempos inmemoriales. Alejandro Calderón sabe que la metáfora puede articular todo su pensamiento y argumentar, casi como un ritual, su búsqueda de la verdad más allá de la propia realidad que nos envuelve: reflexiona través de esas imágenes inquietantes y seductoras, de sus sombras y sus formas geométricas, de su presencia y de su ausencia, sobre la grandeza y la mezquindad de nuestra existencia. El simulacro, la contraposición de imágenes, la relación incierta entre la iconografía y su significado, la pintura entendida como artilugio que nos obliga a pensar o las permutas lingüísticas, al margen de otras cuestiones, implican el que Alejandro Calderón acote un espacio perturbándolo con el fin de hacer que entremos en su juego, que no es otro que el de la misma vida. Sus imágenes suscitan, consecuentemente, el deseo de conocer esos contornos variables y sutiles de la existencia. Con ello sus obras no son sino una síntesis que dejaba en suspensión la propuesta visual (al no rematar lo representado) para estar en consonancia con, quizá, con la intención de plasmar visualmente este tiempo indefinido y este espacio vago que habitamos y donde la invención, tal vez, también sea capaz devolvernos un poco de la razón perdida dentro de este pensamiento único en que nos ha tocado vivir. Desarrollar, en suma, toda esa información desbocada que nos llega y dirigirla a entresacar aquello que no podemos o no sabemos ver, saber descifrar los acertijos de Lewis Carroll o adentrarnos en una naturaleza distinta.