Luis Paniego
José de la Sota Ríus
En casa, casi frente al lugar en el que suelo leer, a media altura, una obra de Luis Paniego ordena el salón. En ella se posa la mirada -consciente o inconsciente- cuando abandona el libro para pensar o repensar la última frase o, sencillamente para nada. Otras veces, me paro delante de ella y, al llegar a casa, me recibe. Son gestos cotidianos que se repiten sin intención. Entra en diálogo con otros cuadros y fotografías también cercanas. El vivir y el lugar donde vivimos se van poblando de objetos que definen una biografía. El arte nos acompaña y, al igual que los libros que leemos o los olores que vienen de la cocina, el acento de nuestros padres, o la música con la que crecemos, son los anclajes con los que construimos el tiempo y, a la vez,antídoto a su paso y a su presente.
Es un grabado sobre plancha que remite a una tradición que Luis Paniego conoce bien.No es plagio pues, siguiendo el aforismo bien conocido de Eugenio D’Ors. Aunque Luis se mueve cómodo en todas las técnicas porque ha frecuentado con intimidad toda pintura de la segunda mitad del siglo XX, siempre vuelvo a su obra gráfica,posiblemente por esa cercanía familiar. Yo le he visto moverse entre libros, cuadros, papeles y planchas, entre las obras de sus autores más cercanos; tengo el recuerdo de la delicadeza y el fervor con que me los ha mostrado. Una cultura amable, compartida, próxima. Y en su pintura convive sin ruido toda su cultura y toda su sensibilidad, los lugares que ha visto y los que ha soñado, desde ecos de sus primeros trabajos acuosos de su Fuenterrabía de juventud, como si aun quisiese ser un “paisajista vasco” de toda la vida, a los sueños oníricos de formas y sombras, de sus primeros años en Madrid o la luz de Cádiz. Construye su obra con la naturalidad y el placer del que sabe su función: acompañarnos en el cultivo de la sensibilidad y el disfrute.
Creo saber los objetos que me acompañarán siempre y estoy agradecido por pensar que uno será este grabado de Luis Paniego. Pero no estoy seguro de que esta tradición perdure. En la vida de nuestros hijos, me temo, no habrá espacio ni tiempo para los objetos; digitalizados sus gustos, en vidas nómadas, no cabe pensar en que arrastren tras de sí afectuosos vínculos con maderas, óleos, tintas, papeles, piedras, bronces o terracotas.La obra de Luis Paniego es una resistencia íntima contra ese olvido.